Ya os conté hace unos días los derroteros de mi última locura que me dejaba a punto de participar en Los 10.000 del Soplao.
Como anunciaba en mi anterior post, se trata de una prueba ya mítica de la montaña de Cantabria con diferentes modalidades que van desde los 165km. en bici de montaña a una ruta especial para discapacitados.
Yo me dejé liar para participar en la Marcha a Pie de 46km. para la que nos entrenamos un poco durante el mes anterior a la prueba haciendo algunas rutillas por los alrededores de Santoña.
Esta era la ruta con su temido perfil de casi 2.000m de ascensión.
En una de las rutas nos encontramos en la cima de una montaña a un experto en estas cosas que nos dio algunos consejos sobre alimentación. Los cumplimos al pié de la letra porque no lo vamos a negar, esa distancia y sobre todos esos desniveles asustaban un poco.
Así que la semana antes tomábamos pastillas de magnesio para evitar los calambres, comíamos un plátano diario por aquello del potasio y los últimos días nos atiborramos a pasta por aquello de los hidratos de carbono.
A mi había una cosa que me asustaba mucho y eran las temibles ampollas en los pies. Para intentar evitarlas me hice con de todo el kit de Compeed que para quien no lo conozca son unos parches milagrosos para salvarte los pies de las peores situaciones. Tal es su eficacia que mi amigo Joscha tiene la teoría que si te forras todo el cuerpo con esos parches te vuelves inmortal.
Los días previos nos fueron apareciendo los nervios y se acrecentaban cada vez que mirábamos la previsión meteorológica porque la cosa pintaba con mucho frío y lluvia. Algunos participantes de otros años nos contaron sus penurias y gracias a ellos fuimos bien abrigados y con guantes para lo que nos esperaba.
El viernes quedamos todo el equipo para los últimos repasos y para animarnos un poco los unos a los otros. Se vino Rubén, el primo de Leire, desde Bilbao para estar mas cerca y así salir todos juntos al día siguiente. Nos trajo unos calcetines especiales para montaña que tenían muy buena pinta. Nos fuimos a cenar a mi casa para seguir con nuestra escrupulosa dieta de deportistas de élite y prontito a la cama porque tocaba madrugón al día siguiente. Yo no pude evitar quedarme a ver en directo la retransmisión de la salida de la ultramaratón (113km.) a las 23:00.
Silvia y Cucu irían en el coche de su hermano a las seis de la mañana porque tenían que recoger los dorsales pero nosotros teníamos un cuarto de hora mas para dormir. Por lo menos amanecía con tregua en el cielo aunque por la noche había llovido un poco.
Llegando a Cabezón de la Sal (recuerdo que a mi me hacían gracia algunos nombres de pueblos en Sudamérica pero aquí también los tenemos buenos) empezamos a notar el ambiente. Había muchos coches aparcados a varios kilómetros del pueblo y se veían ya calentando a los casi 5.000 ciclistas. Con todo este lio nos tocó aparcar un poco lejos y aunque el paseíto por la mañana nos venía muy bien para calentar y desayunar por el camino, todos pensábamos que sería una putada a la vuelta.
Cuando llegamos a la zona de salida nos dimos cuenta de la locura que supone juntar a 10.000 participantes. Silvia nos indicó por donde estaban para la salida y nos costó un rato meternos entre la multitud.
A las 8:00 se daba la salida de las bicis tras una traca y siempre acompañados por la música de AC-DC que ya es un clásico en esta carrera. Mientras tanto nosotros esperábamos ansiosos pero es que para que pasen bajo el arco de salida 5.000 bicis hay que esperar 20 minutos.
Por fin sonaba nuestra traca, nuestro AC-DC y se empezaba a mover la marabunta mientras la gente nos animaba desde las ventanas y a pie de calle durante nuestro recorrido por el pueblo. Algunos habían preparado pancartas y otros hacían sonar los cencerros o nos aplaudían. La verdad es que está muy bien ser protagonistas de todo ese circo pero en aquel momento tampoco nos creíamos merecedores de tanta historia. Creo que no éramos plenamente conscientes de lo que nos esperaba.
Cuando salimos del pueblo pudimos ver la que sería la primera subida de la prueba y visto desde abajo asustaba un poco porque era una pared casi vertical y en la cima se podían ver como hormiguitas a algunas personas.
Las primeras rampas eran duras pero el pelotón seguía muy compacto y era complicado adelantar. Al principio subíamos por una pista pero en un punto empezamos a subir por la ladera campo a través. Superamos los primeros 400m. de ascensión casi sin darnos cuenta y llegamos a la cumbre del primer pico desde donde se podían ver los dos valles. El recorrido seguía cumbreando con algunos pasos algo mas complicados con grandes escalones de roca en los que se formaban pequeños atascos. Aun nos quedaba mas de un kilómetro por la cumbre que poco a poco subía para llegar a una altura de 680m.
Llegamos a un punto en el que se veía la bajada y daba auténtico vértigo porque se trataba de una ladera con una pendiente del 50% por la que parecía imposible mantenerse en pie. Además teníamos que sortear algunos pasos de rocas que complicaban un poco las cosas y no solo tenías que preocuparte por no caerte sino que tenías siempre un ojo en la espalda por si se te caía encima el que venía por detrás.
Se veían muchas caídas y nuestro grupo no se libró de algún resbalón sin consecuencias aunque en el último tramo pudimos ver justo delante de nosotros a un chico caerse de forma muy fea y que parecía que se había hecho daño pero por suerte pudo seguir.
Llegamos al pueblo de Ruente donde nuestra ruta coincidía en un tramo con los de las bicis. Allí teníamos que cruzar el famoso puente de piedra que sale en todos los vídeos de la prueba pero como es tan estrecho teníamos que hacerlo corriendo y mirando que no viniera ninguna bici.
Allí nos volvíamos a separar de los ciclistas y a nosotros nos tocaba afrontar la segunda subida que a priori parecía la mas sencilla en cuanto a pendiente. Al salir del pueblo había unas señoras con una tarta de manzana y se la ofrecieron a unas chicas por lo que yo pensé que se conocían. Luego me dijo Leire que no, que lo estaban ofreciendo a todo el mundo y me dieron ganas de darme la vuelta a por un trocito.
La subida era larga y por una pista un poco monótona pero según ganábamos altura se podían ver a lo lejos las cimas que nos quedaban del recorrido.
Por suerte la bajada fue por un sendero muy bonito entre árboles en los que la gente había puesto algunos carteles para motivarnos. La primera parte era de ligero descenso pero al final la pendiente aumentaba y empezaban a tirar las rodillas, los gemelos, los muslos y los pies se resentían por el roce de tener que ir todo el tiempo frenando.
En ese tramo nos quedamos un poco rezagados Leire y yo porque se me enganchó el chubasquero al pasar junto a una alambrada y se quedó a esperarme. Al final de ese tramo le empezaban a doler los tobillos por la intensa bajada.
Llegamos al avituallamiento de Ucieda en el kilómetro 18 donde nos reagrupamos. Era una locura de gente tanto andarines como ciclistas y todos nos agolpábamos alrededor de la carpa donde estaban los bocadillos de jamón, la fruta y las bebidas. Nos sentamos allí mismo en el suelo de grava para descansar un rato sin darnos cuenta de que a escasos 20m. había una campa maravillosa. Es lo que tiene ser tan novatos.
Allí pasamos veinte minutos entre comer y beber (quedaría muy feo si confieso que también fumar). Yo me puse unos parches del famoso Compeed porque había empezado a notar ligeras rozaduras en la planta del pie y algún otro componente se cambiaba de calcetines o hacíamos algunos estiramientos.
La faena de esas paradas es que los músculos se relajan y se enfrían así que cuando volvimos a ponernos en marcha para la tercera gran subida del día nos costó arrancar. Se notaba que el ritmo de algunos había bajado y el grupo se mantenía en silencio. Por suerte la subida era por un bosque precioso y yo me vine arriba porque junto con Rubén vi que me encontraba fuerte. Empecé a contar tonterías y a hacer coñas para animar al grupo, les conté alguno de mis últimos sueños absurdos y llegué a confesarles que me sabía un atajo de escasos 600m. que nos evitaría hacer la siguiente bajada y nos dejaría a mitad de la última subida. La respuesta fue contundente, ¡vencer o morir! ya que ninguno quiso optar por el atajo.
Eso si, no hacían mas que preguntarme por cuánto quedaba de subida y parece que a alguien se le hizo muy largo ese tramo porque no hacía mas que dudar de lo largos que eran mis kilómetros.
Por allí nos encontramos con los padres de Cucu que habían venido a vernos y de paso a darse un paseo por la zona. Nos vino muy bien su compañía en la bajada para subir la moral del grupo y por lo menos entretenernos un rato contándonos cosas nuevas porque ya llevábamos mas de seis horas de ruta y nos hicieron sacar la cabeza de esa monotonía. Además traían un termo con chocolate caliente que yo no pude probar por mi enfermedad pero que el resto del equipo decían que estaba buenísimo.
Cucu venía muy tocado de las piernas desde el avituallamiento. Había tenido una lesión de menisco y una rotura del tendón de Aquiles y esas lesiones hacen que al andar no lo hagas de forma natural y terminas forzando otros músculos. Por un momento pensó en retirarse allí mismo aprovechando que estaban sus padres que podían llevarle de vuelta pero no lo hizo. ¡Había que terminar como fuera! Aunque aun nos quedaban 18km.
Sus padres nos dejaron justo donde empezaba la última subida que tenía unas primeras rampas durísimas. Allí me quedé sin agua en el camelback y me empezaron los primeros calambres en los muslos. Nos quedamos un poco rezagados Leire y yo. Pensé que se quedaba por esperarme aunque ella tampoco iba muy sobrada. Yo la veía chutar todas las piedras al andar y eso era una señal de que igual que yo, sufría por levantar las piernas. Eso si, teníamos estrategias muy diferentes porque yo opté por subir poco a poco sin pararme pero ella subía rápido y paraba de vez en cuando porque decía que tenía “palpitaciones”. Vamos que la subidita se las traía y nos estaba dando una buena paliza.
En ese tramo era Silvia la que animaba. Se estaba encontrando muy bien y nos gritaba cosas desde las alturas. Su grito de guerra era ¡Vamos Titanes!
Recorrimos todos juntos el tramo de falso llano pero Cucu y yo nos quedábamos algo retrasados. Cuando llegamos a la última subida que era menos de un kilómetro pero con una pendiente brutal me dieron los peores calambres en el muslo derecho y Leire se paró a esperarme. Estaba realmente jodido y con una impotencia enorme porque me veía con fuerzas de sobra para terminar pero con esos dolores que me paralizaban la pierna me parecía casi imposible. Allí había una chica llorando desconsolada por el sufrimiento y se te encogía el alma por verla tan mal pero nosotros no estábamos mucho mejor. Paré un momento y la pierna me reaccionó un poco pero enseguida me volvió otro pinchazo fuerte.
Le dije a Leire que siguiera con el resto y que no me esperase. Que yo pensaba acabar como fuera pero que tendría que ser a mi ritmo. Cuando alcanzó al grupo le pidió a Rubén un Aquarius que me dejaron al pie del camino. Estaban a solo 50m. de mi pero con esa pendiente y en mi estado eso era un mundo de distancia. Me dijeron que me esperaban arriba donde se suponía que había un avituallamiento así que yo fui subiendo poco a poco haciendo un zigzag entre la maleza y apoyándome mucho en los bastones para cargar lo mínimo posible mi pierna. Cuando llegué al Aquarius ya casi no los veía así que hice otra paradita para soltar los músculos.
Seguí un tramo mas y llegué a una zona donde había una pequeña plataforma horizontal donde me tiré al suelo ¡para fumarme un cigarro! La cima estaba a escasos 100m. pero en ese momento era un muro infranqueable. Me llamó Leire y me dijo que en la cima estaban los médicos, que tenían un quad y que les había dicho que yo venía mal. En la cima hacía mucho frio por la niebla y el viento y lo peor de todo es que el supuesto avituallamiento no estaba allí sino que lo habían puesto 4km. mas adelante. Les pedí que no me esperasen. Yo intentaría seguir como fuera y si no ya les avisaría.
Enseguida vinieron los médicos montados en motos de trial. Me dijeron que podían bajarme en el quad pero les dije que quería seguir. Les pregunté si tenían drogas y la gente, que pasaba por allí a duras penas, se morían de risa al verme tirado, fumando y pidiendo drogas. Me dejó un bote de Reflex para los muslos y me dijo que podía darme un antiinflamatorio. Me lo inyecta en el culo y le digo que si no tiene otro para el camino que me queda. Mientras tanto el otro médico rellenaba un formulario con mis datos y me preguntaba que si era alérgico a algún medicamento. Le dije que si eso no me lo debía haber preguntado antes de pincharme. La última pregunta fue pedirme mi número de cuenta mientras me bromeaba diciéndome que la inyección me saldría aun mas cara que el paseo en quad que acababa de rechazar. La gente se descojonaba y alguno se puso en la cola para los pinchazos porque había muchos con calambres. Se agradece que la organización tenga previstas estas cosas y por lo menos el drama se llevaba con muy buen humor.
Me levanté y parecía que los calambres habían remitido pero al décimo paso me di cuenta de que todo seguía casi igual. Le dije al médico que si me había inyectado algún placebo ya me había dado cuenta. Me dijo que ya se lo agradecería mas adelante.
Cuando llegué a la cima miré atrás y daba miedo ver el abismo plagado de gente que casi se arrastraba. Eso si, enseguida me di cuenta de que en la cara Norte el viento era helador y la niebla era tan densa que mojaba. El siguiente tramo era en ligera bajada y con el tentador objetivo de llegar al avituallamiento se hacía mas sencillo. En algunos tramos de mas pendiente me volvían los calambres pero con el paso de los kilómetros me fue haciendo efecto el pinchazo y sin dolores yo sabía que conseguiría llegar porque estaba fuerte y animado.
Una pequeña subida, rodeando una pequeña cumbre y te encontrabas abajo el ansiado avituallamiento. Desde arriba pude ver a todo mi equipo y eso me dio una inyección de moral enorme. Me habían esperado un buen rato, cerca de media hora, pero en ese sitio no daba el viento, no había niebla heladora y tenían caldo caliente y salchichas recién hechas.
En cuanto llegué salieron Silvia y Cucu que seguía muy jodido. Yo ni me senté por miedo a destensar los músculos y que luego fuera peor. Cargué bebida, comí unas salchichas y seguimos la bajada. Nos quedaban 10km. y yo me sentía pletórico, sobrado de fuerzas y animado por no hacer el último tramo solo. Había pasado mi gran crisis y por un momento lo vi imposible pero ahora tenía clarísimo que llegaría a la meta.
En la bajada nos encontramos a mucha gente con problemas en las piernas y daba pena verlos. El último tramo se hizo duro y Leire empezó a sentir muchos dolores en la cara interna de las rodillas. Bajamos mucho el ritmo pero desde allí ya se veía el final del recorrido y traté de animarla explicándole por dónde teníamos que pasar.
“Bajamos a ese pueblo, cruzamos aquel puente de madera de allí y luego por la orilla de ese río llegamos a la entrada de Cabezón”
Parecía fácil pero se complicó mucho la cosa. Sus dolores fueron en aumento y bajamos mucho el ritmo. Me preguntaba que dónde coño estaba ese puente que le había dicho hacía una eternidad. Yo conozco muy bien esa zona por haber salido mucho con la moto de enduro por allí y pensaba que para que confiase en lo que le estaba diciendo para motivarla tenía que demostrarle que lo conocía bien.
“Ahora llegamos a una pista y giramos a la izquierda” “Cruzamos Mazcuerras y ya está el puente”
El problema era que a ese ritmo todo lo que yo le decía tardaba mucho en suceder. Nos quedaban solo 5km. que en circunstancias normales recorreríamos en menos de una hora pero que para nosotros sería el doble.
Estábamos solos Leire, su primo Ruben y yo. Nos llegó a decir que siguiéramos pero teníamos claro que no la dejaríamos sola. Rubén iba sobrado de fuerzas y sin mas problemas que algunas rozaduras en los pies. Probablemente ya habría llegado a la meta si hubiera seguido a su ritmo pero ya nos había visto a los dos sufrir y no quiso dejarnos solos.
Yo me sentía muy bien en ese tramo pero ver a Leire sufriendo así era muy duro. Me pidió que le llevara sus bastones porque ya en el llano no hacían falta y me los até a mi mochila. Yo le dije que podía llevarle su mochila pero no quiso dejármela. Para animarla le dije que su sufrimiento terminaba justo en la línea de meta ya que me ofrecía yo a ir a buscar su coche a las afueras del pueblo para volver a buscarla. Le encantó la idea.
En Mazcuerras la gente nos animaba y es que vernos andar a ese ritmo de octogenario con implante de cadera debía dar mucha pena. Le dije que no se preocupase que conduciría yo su coche hasta Santoña e incluso nos ofrecimos, medio en broma medio en serio, a subirla en un contenedor de basura y llevarla montada ahí a la meta. Era indigno pero era lo mejor que teníamos a mano con ruedas. Al pasar por una casa vimos unas bicis y también contemplamos esa opción pero Leire no se rinde nunca y solo nos quedaban 3km.
Decía que le daba mucha rabia porque si no fuera por esos dolores en las rodillas se veía bien y con fuerzas de sobra pero era como tener dos perros rabiosos mordiéndola uno en cada pierna y así no hay ni fuerzas ni orgullo ni ánimos que te hagan andar.
Por el camino había muchos carteles de la gente y de la organización para animar a los participantes. “La meta está en tu mente, ya casi lo tienes” “Vas a vencer al Infierno Cántabro” y cosas así. Por desgracia se contrarrestaba su efecto al ver como nos adelantaba un montón de gente que enseguida nos sacaba una distancia enorme. Algunos al pasar decían “¡Cómo van estos!” y eso tampoco nos venía muy bien.
En algún momento la vi tan mal y sufriendo tanto que pensé en intentar obligarla a retirarse. Estaba a punto de ponerse a llorar y esos dolores no eran mas que una señal de su cuerpo de que había pasado con mucho su límite. No hacer caso a esas señales podría ser mucho peor y producirle alguna lesión grave. No dije nada porque me acordaba de lo mal que lo había pasado yo en la última subida y sin embargo solo pensaba en seguir y terminar. Pensé que si ella mencionaba la opción de retirarse entonces si que la sentaría y me quedaría con ella a esperar a que Rubén fuera a por el coche pero ella no cedía.
Al pasar junto a un banco le dije que si quería sentarse un rato para descargar las rodillas y allí veríamos como reaccionaba pero nos dijo que no, que si se paraba no podría seguir.
Nos llamó Silvia para decirnos que no podían esperarnos porque Cucu se encontraba realmente mal así que se marchaban para Santoña y después nos enteramos de que por el camino no paró de devolver. Estaba claro que habíamos superado todas las alarmas que nos enviaban nuestros cuerpos poco entrenados para estas burradas.
Nosotros estábamos llegando a la recta infinita que da acceso a Cabezón. Por la mañana ese tramo se nos había pasado volando pero ahora parecía no tener fin. Leire se colgaba de mi brazo y casi arrastraba los pies. No podía levantarlos ni para subir los bordillos así que seguíamos por la carretera. La gente intentaba animarla aunque algunos no medían demasiado bien las distancias y mientras yo le contaba que sólo nos quedaba un kilómetro, alguna señora bienintencionada gritaba “Vamos hijuca que solo te quedan dos kilómetros” y Leire gritaba “¡Cómo que dos! ¡Me estáis engañando!”
Ya entrando en el pueblo las aceras se llenaron de gente que nos gritaba y nos animaba y milagrosamente pudo sacar todo su orgullo y aceleró un poco el ritmo. Era muy emocionante porque la gente veía en su cara el sufrimiento y aplaudían y gritaban. Ya se veía el arco de meta y por fin se reía un poco. Rubén por un lado y yo por el otro agarramos sus manos y levantamos sus brazos en el momento de cruzar la meta con un tiempo de 12h. 31min.
(Los tiempos que salen en las fotos son desde la salida de las bicis
Habíamos vencido al Infierno Cántabro en equipo y allí estaremos el año que viene para superar nuestros tiempos.
Impecable Mc. Martín…, reconozcamos que lo tuyo va más por el lado de la «Capitana de Fiambalá», pero me gustó mucho…, el año que viene volveremos para superar nuestros tiempos, eso vale y más inmediatamente después de semejante parto.
FELICITACIONES a vos y a tu equipo, insisto en que lo cuentas muy bien y contagias alegría, un poco de sufrimiento, buen humor…, pero sobre todas las cosas, ganas de vencer adversidades y de dejarse llevar por las cosas simples de la vida, que son las que más valen.
Salud amigo, he pasado un buen momento leyendo tus aventuras.
Fuerte abrazo, Juan.-
¡Muchas gracias Juan! Seguiremos entrenando para mejorar aunque me planteo otro reto de los de sufrir… ni te lo imaginas. Ya veremos si sale y seguro que os lo contaré por aquí.
Un abrazo,
Vamos que el que no te conoce va a pensar que sos masoquista y nada que ver…, te gustan los desafíos que es muy distinto jajajaja.
Espero a ver si me sorprende o no, por ahora no arriesgo, pero puedes tirar alguna pista ???.
Viajar en bici
Me parece una proeza edulcorada por tu forma de contarlo. Hacer esa distancia en un sólo día es un Plus Ultra. Felicitaciones
Si…, lo pensé para hacerlo yo. Pero en la Argentina es impensable por las distancias entre pueblos y el viento. En el sur y centro de Chile, Uruguay, algunas partes de Brasil, por supuesto en casi toda Europa lo veo viable, además la bici se desarma y se sube a un micro.
También pensé en viajar a caballo, de hecho hice un viaje desde Bahía Blanca a Mar del Plata (500 Km.) por la costa con tres caballos, aquí aún se pueden hacer esas cosas sin entrar a las ciudades, pero todo pasa muy lento y se tienen que elegir muy bien los itinerarios, nada da la libertad de movimiento que uno tiene con la moto y una moto como la tuya ni hablar.
A la Honda XR 250 ya la tengo equipada para viajar, solo me falta resolver el tema de aumentar la capacidad de combustible y en cuando pueda voy a empezar a incursionar, con otra filosofía de viaje que con la BM, pero a ver como me resulta.
En fin…, mucho rollo, pero ganas de viajar hay, sea en lo que sea. Y la bici según donde, puede ser una excelente idea, así que a pedalear Martín.
Abrazo, Juan.-
Hola Manolo, como andan ustedes ???, aquí se nos están viniendo los primeros fríos y las noches largas, ja.
No se si te referías a mi viaje a caballo.., pero si es así no fueron 500 km. en un día, la media orillaba entre 60 a 80 por día y no más. Solo una vez he tirado 180 km., pero era muy joven y llevábamos entre dos a 22 yeguas de polo y bien entrenadas por caminos de tierra, e íbamos a galope largo cambiando de montura cada 30′ o cada 40′ como mucho, sobraba cabalgadura y toda de primera.
Un ritmo así se mantiene solo por un día y no quedaba otra que llegar en un día, que hacíamos con 22 caballos para pasar la noche y lo menos, darles agua. Venia la tropilla abozalada de a cuatro o seis para poder llevarlas a todas juntas, cosas que ya no se ven. Ahora se usa todo por camión, mucho riesgo innecesario, pero muy divertido…
Leyendo el libro de Martín, lugares como los que recorrió se me ocurre que son aptos para hacerlo en bici…, pero lo veo más en la moto, si se va de bici no le va aquedar ganas de escribir y seria una pena que eso suceda. Prefiero colaborar con el combustible y que siga escribiendo, que por cierto lo hace muy bien.
Saludos cordiales para todos los Solana’s de todos los Nicolau´s. Como siempre es un gustazo saber de ustedes.-